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Fue creciendo ante el Señor como un brote,
como raíz en tierra de secano,
sin aspecto atrayente, sin lozanía.
Despreciado y rechazado por la gente,
sometido a dolores, habituado al sufrimiento,
ante el cual todos se tapan la cara;
lo despreciamos y no hicimos caso de él.
De hecho cargó con nuestros males,
soportó nuestros dolores,
y pensábamos que era castigado,
herido por Dios y humillado.

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